
POR FABRIZZIO CHAVARRÍA VELÁZQUEZ
A lo largo de la dolorosa historia de Bolivia, las Fuerzas Armadas han sido recurrentemente utilizadas no para proteger al pueblo, sino para reprimirlo. Lejos de ser un escudo nacional, han actuado muchas veces como brazo armado de los regímenes de facto, de gobiernos autoritarios y de élites que no dudan en oprimir con violencia a los más humildes.
Lamentablemente, esta lógica se repite hoy. En lugar de garantizar la paz y el orden con respeto a los derechos humanos, las FFAA siguen siendo un instrumento de represión dirigido, en su mayoría, contra campesinos, indígenas y sectores populares. Y lo más indignante es que, en su gran mayoría, los soldados que integran esta institución provienen precisamente de esos sectores marginados: hijos de trabajadores del campo, de comunidades indígenas, de barrios empobrecidos. Son ellos quienes hacen el servicio militar obligatorio. Son ellos quienes derraman su sangre. Mientras tanto, los hijos de las clases acomodadas esquivan el deber pagando su exención o simplemente no siendo llamados.
Hoy, cuando el autoritarismo y el racismo resurgen con fuerza en el país, es urgente reflexionar: ¿cuántos jóvenes humildes deben seguir siendo usados para disparar contra su propio pueblo? ¿Cuántos conscriptos más deben ser manipulados para servir a una élite que desprecia sus orígenes y cultura?
Es momento de actuar. Hacemos un llamado a las familias campesinas, a las madres y padres que tienen a sus hijos prestando servicio militar: convoquen a sus hijos a regresar. No permitamos que continúen siendo utilizados como carne de cañón para sostener un sistema que no los representa, que los desprecia y que históricamente los ha reprimido.
Que los conscriptos no se conviertan en verdugos de su propia sangre. Que abandonen las filas de una institución que, lejos de protegerlos, los utiliza para defender intereses ajenos y antipopulares. Que se nieguen a disparar contra sus hermanos, contra sus comunidades, contra su pueblo.
Que el poder se quede solo, sin soldados que obedezcan órdenes injustas. La verdadera lealtad no es con los uniformes ni con los mandos; es con la justicia, la vida y la dignidad de nuestro pueblo.