
Anonymous.
Luis Arce está más solo y aislado que nunca. Está en un callejón sin salida. Jamás imaginó este instante de pavor y miedo de cara al vacío. Lo que un día fue una gloria fugaz que aspiraba ser eterna, hoy se ha convertido en ocaso y en la ruina de su gobierno. Falló en todo.
La algarabía de una dirigencia corrupta que se sintió en las nubes, besándole las manos y robando sin tregua, hoy le paga a Arce con la misma moneda con la que traicionó todo y a todos.
Ni siquiera hace falta que la COB le dé la espalda. Huarachi está con un pie fuera. Este pequeño ejército de dirigentes truchos que glorificaban a Arce mientras tenían plata en el bolsillo, hoy están desconcertados. Solo saben que Arce es un lastre, un error histórico que costará remediar. El servilismo cipayo, abonado por el innombrable de Choquehuanca, hizo lo suyo. Su dirigencia está condenada al oprobio.
La traición, decía Maquiavelo, es el único acto de los hombres que no se justifica, y recordaba que “los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados según las circunstancias. Los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno político, sin nada que pueda excusarlos.”
Han dejado solo al Tilín. Lo han abandonado en el campo de batalla, en el momento preciso en que tendría que dar la estocada final a su adversario. Finalmente, sus soldados de poncho y abarcas prestadas para la ocasión le clavaron el puñal en la espalda al capitán de la traición y del parricidio. Arce olvidó que los traidores nunca dejan de traicionar.
Convendría recordarle al Tilín que la soledad del poder es el precio que se paga por llevar lejos el odio, la codicia y el racismo en el alma. No se puede ser tan ruin con el hermano, el amigo, el compañero, desde el poder. No es que el poder hiciera del Tilín un bastardo; el poder solo lo expuso tal como es, en su esencia maligna.
La corrupción es el alma del poder, decía alguien, pero en Arce se convirtió en una religión. Nunca hubo un gobierno más corrupto ni un presidente más canalla, resentido e inepto como Arce.
Los lamebotas que le hicieron creer a Arce que podía sustituir a Evo Morales eliminándolo política y físicamente, apropiándose de la sigla, robándose la personería jurídica y prostituyendo la justicia y el poder electoral, quedaron solo como un mal sueño y un pésimo augurio.
La “renovación», como discurso legitimador para lapidar a Evo, hoy solo es una palabra hueca, una anécdota chueca. La guerra judicial y la criminalización contra Evo para darle muerte civil, hoy tiene una sola víctima: el arcismo malsano. El puñal se vuelca contra el asesino.
De todas las fechorías arcistas, solo queda un gobierno desfalleciente, un presidente a la deriva y un candidato del MAS-IPSP, coludido con el narcotráfico, alentado por el rencor, alimentado de pura venganza artera. Hay algo que no cuadra en la vertiente violenta de Eduardo del Castillo. Hay una infancia del miedo que lo hace bruto y cruel.
Arce no ha hecho otra cosa que ratificar la naturaleza de su narcogobierno. Del Castillo, en su condición de “Sonia”, no es más que una candidatura del crimen y la aberrante crueldad arcista. El Tilín ha ratificado con creces que mandar a matar es tan fácil como convertir un ministro narco en candidato presidencial.
Se le cayó la máscara al arcismo mafioso. Aplastaron y reprimieron a los indios y campesinos para reemplazarlos por un q’ara asesino. Han reducido la dimensión de la plurinacionalidad al tamaño de sus odios enfermizos y sus fracasos. Pretenden elecciones sin pueblo, despreciando la dignidad de ese mismo pueblo que los hizo gobierno.
Hoy, el país carece de gobierno, pero está lleno de pacos. Arce no solo ha sido abandonado por la dirigencia, sino que fue despreciado y echado al basurero de la historia por inservible. De presidente pasó a la categoría de papel reciclable. Quién lo diría.
Queda poco tiempo para el remate. Esta noche fenece el plazo de las inscripciones para candidatos. El circo de la derecha ya tiene a sus payasos entrenados.
A pesar de toda la guerra arcista contra los indios, solo queda defender al pueblo, ese sujeto histórico y épico que no se rinde defendiendo a su líder.
Arce se juega el dilema de los verdugos de siempre: emprender una represión feroz o abandonar el barco con todo el dinero robado. Aún no sabemos qué camino elegirá el Tilín.
Por de pronto, el gobierno nos ha hecho saber que ha preferido entregar el poder de la represión a un policía enteco, a un narco, un ratero en potencia, ratificando una vez más el lodazal inmundo en el que se mueve el arcismo.
Es prematuro predecir el final de este régimen de crimen y odio, pero lo que es más probable en este juego de abalorios será ver al candidato narco saliendo del clóset.
Sonia, la Barbie de los narcos, aún clama, con todo derecho, por el retorno de Marset para financiar su campaña carnal.