El 1 de mayo se celebra en todo el mundo el Día Internacional de los Trabajadores en homenaje a los Mártires de Chicago, un grupo de obreros sindicalizados que fueron ejecutados en 1886 en Estados Unidos. A esta lucha se unieron más de 600 mujeres que se dedicaban al rubro de la sastrería.
El 1 de mayo de 1886, la huelga por la jornada de ocho horas estalló en los Estados Unidos. Más de 5.000 fábricas fueron paralizadas y 340 mil obreros salieron a calles y plazas a manifestar su exigencia. En Chicago, los sucesos tomaron un sesgo violento, que culminó en la masacre de la plaza Haymarket (4 de mayo) y en el posterior juicio amañado contra los dirigentes anarquistas y socialistas de esa ciudad, cuatro de los cuales fueron ahorcados un año y medio después.
Cuando los mártires de Chicago subían al cadalso, concluía la fase más dramática de la presión de las masas asalariadas (en Europa y América) por limitar la jornada de trabajo.
América era también el campo de experimentación para algunos socialistas utópicos, que crearon en los Estados Unidos colonias comunitarias, como las de Robert Dale Owen (1825), Charles Fourier y Etienne Cabet, constituidas por trabajadores emigrados.
Los obreros norteamericanos se limitaban a buscar consuelo para sus sufrimientos terrenales en las sectas religiosas existentes en el país. Fueron inmigrantes ingleses pobres los que primero diseminaron inquietudes sociales entre sus hermanos de clase y los mismos continuaron en territorio americano la lucha ya extendida en Inglaterra por la reducción de la jornada de trabajo, relata la Fundación Francisco Largo Caballero en su portal digital.
La primera huelga brotó, 60 años antes de los sucesos de Chicago, entre los carpinteros de Filadelfia, en 1827, y pronto la agitación se extendió a otros núcleos de trabajadores. Los obreros gráficos, los vidrieros y los albañiles empezaron a demandar la reducción de la jornada de trabajo y 15 sindicatos formaron la Mechanics Union of Trade Associations de Filadelfia. El ejemplo fue seguido en una docena de ciudades; por los albañiles de la isla de Manhattan; en la zona de los grandes lagos, por los molineros; también por los mecánicos y los obreros portuarios.
ESTALLIDO FINAL
Cuando estalló la huelga general del 1 de mayo, el ambiente ya estaba caldeado porque la Policía había disuelto un mitin de 50 mil huelguistas en el centro de Chicago. Los días 2 y 3 se hizo una nueva manifestación, esta vez frente a la fábrica McCormik, organizada por la Unión de los Trabajadores de la Madera. Estaba en la tribuna el anarquista August Spies, cuando sonó la campana que anunció la salida de un turno de rompehuelgas. Sentirla y lanzarse los manifestantes sobre los “scabs” (amarillos) fue todo uno.
Injurias y pedradas volaban hacia los traidores, cuando una compañía de policías cayó sobre la muchedumbre desarmada y, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre ella, seis muertos y varias decenas de heridos fue el saldo de la acción policial. La proclama terminaba convocando a una gran concentración de protesta para el 4 de mayo, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket, y concluía con las palabras: “¡Trabajadores, concurrid armados y manifestaos con toda vuestra fuerza!”. Esta frase (y aquella que decía “¡A las armas!”) fueron dichas por Spies.
LAS MUJERES EN LA LUCHA OBRERA
El historiador y presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia contó que en las manifestaciones de Chicago también se sumaron las mujeres.
La masacre se caracteriza por la creación de una falsa situación que servirá para crear a seis dirigentes que son sometidos a juicios, pero no pueden detener esa movilización.
“En Chicago se destaca el papel de los hombres, pero la historia también tiene registros de varias mujeres que se habían organizado a estos movimientos”, contó.
Oporto agregó que el sistema patriarcal, de ese entonces, no podía soportar la sublevación de las mujeres, por ello la represión hacia las féminas fue mayor y era considerada una doble afrenta, al sistema capitalista y al patriarcado. “En ese entonces nadie podía levantar la voz contra los hombres”, dijo.
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