“Un hombre que está parado bajo la lluvia tanto tiempo, en algún momento se moja. Del mismo modo, un soldado que va a la guerra, aunque tenga casco, no es inmune a las balas que le pasan cerca”, dice Ezequiel Acuña. Este enfermero argentino de 31 años acaba de aplicarse este martes la segunda dosis de la vacuna rusa Sputnik V contra el covid-19, enfermedad que ya tuvo y atravesó internado en el Hospital Fernández de la ciudad de Buenos Aires, donde trabaja.

Ezequiel debe volver a atender pacientes con coronavirus. Pero mientras se toma 20 minutos para recuperarse del pinchazo, el joven dialoga con RT sobre las expectativas que genera la vacuna en el personal médico, primer grupo en recibirla en el país y que ya va por el segundo componente.   

“Va a tardar un tiempo porque somos 44 millones de argentinos. Pero tengo esperanza de que esto se pueda resolver y podamos descansar un poco. Espero lo mejor”, afirma el joven que, que se inyectó la primera dosis el día 29 de diciembre, sin mayores dificultades. “Tiene efectos secundarios esperables. Tuve una febrícula pero solo durante unas horas. Esa misma noche se me pasó”, relata. 

“Hay mucha desinformación”

Elaborada por el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya, de Moscú, la Sputnik V es la única vacuna aprobada y que está siendo suministrada por el Gobierno argentino. Fue gracias a un acuerdo entre la Casa Rosada y el Fondo Soberano de la Federación Rusa, que autorizó, el pasado 10 de diciembre, el envío de 10 millones de unidades para aplicar entre los meses de enero y febrero. 

La campaña de vacunación ya fue calificada por el Gobierno de Alberto Fernández como “la más importante de la historia argentina“. Las aplicaciones son gratuitas, voluntarias y no importa si el beneficiario ya contrajo el coronavirus con anterioridad. Según informó el Ministerio de Salud, ya se han aplicado más de 200.000 dosis en todo el territorio nacional. 

Pero como en todo el mundo, el fármaco tiene sus detractores en Argentina. Aunque en Buenos Aires, entre los profesionales del Hospital Fernández, nadie parece dudar de su eficacia. “Hay mucha desinformación —considera Ezequiel Acuña—, el avance científico y tecnológico es muy desprestigiado ahora. No debería ser así, porque, si en todos estos años avanzamos tanto, por qué no vamos a poder generar una vacuna, sea el país que sea, más rápido que antes. Ahora miramos de dónde viene, quién la hizo. Pero antes nos dábamos una vacuna para el sarampión y nadie se lo preguntaba. Esa desconfianza es actual, como la ola antivacunas, que lamentablemente no le hace bien a la sociedad”, analiza el trabajador sanitario.

Trabajadores de Salud del Hospital Fernández aguardan por la aplicación de la vacuna Sputnik V, en Buenos Aires, Argentina.
Emmanuel Gentile

La charla entre el enfermero y este medio se interrumpe por la llegada de Patricia, la enfermera del vacunatorio que acaba de aplicarle la Sputnik V a Ezequiel. “Tomá, te habías olvidado el carné de vacunación”, dice Patricia mientras extiende la mano con el registro sanitario. 

— “¿Necesitás algo más?”—, pregunta la mujer. 

— “Sí, un abrazo”,—responde Acuña, y ambos se echan a reír a carcajadas. 

Es un momento de alivio, más allá del rebrote que comenzó a registrarse en el país, después de los meses “muy duros” que atravesó el personal de salud en el Hospital Fernández. “Desde el principio vinieron muchas personas de geriátricos, de villas, con muchas necesidades. Se notaba que había otra cosa. No era solo la pandemia“, señala Ezequiel, dando cuenta de que el covid-19 golpea más duro en los sectores más vulnerables.   

Por esa misma razón es que le gustaría que todos los argentinos puedan ser inmunizados cuando antes. “Todas las vacunas que están surgiendo tienen un respaldo científico y un seguimiento. Creo que debemos ser un poquito más abiertos, no hay que ser reticentes a lo nuevo”, completa. Y advierte que está apareciendo una “segunda ola”, que se refleja en las salas llenas del hospital. 

Oscar Bucca es radiólogo en la guardia del Fernández. Se dio la primera dosis el mismo día que Ezequiel, sintió cefalea, dolor cervical y un poco de desgano, “pero no más que eso”, dice. Y espera menos efectos adversos en esta segunda aplicación. “Aunque no fueron tan graves”, aclara el hombre de 53 años.

Oscar ha pasado momentos realmente complicados para él, como por ejemplo no haber podido ver a su familia durante un tiempo. Pero no duda en poner buenas perspectivas en la Sputnik V: “Las distintas formas de informar hacen que se escuchen diferentes campanas y se genere cierta confusión en la gente. Yo soy provacuna, y si esto va a generar una inmunidad, que al menos nos permita estar un poco mejor, sin relajarnos, adelante”, sostiene.

Personal de salud camina por los pasillos del Hospital Fernández, en Buenos Aires, Argentina.
Emmanuel Gentile

En el mismo sentido se expresa Betina, enfermera de terapia intensiva de 41 años que, al igual que sus compañeros, acaba de pasar por el vacunatorio para darse el refuerzo de la vacuna rusa.

Su cuerpo reaccionó de manera diferente a la primera dosis respecto de sus colegas: “Me sentí excelente. Tenía más energía que nunca“, dice Betina entre risas, aunque reconoce que su nivel de ánimo y fortaleza suele ser comúnmente alto.

No tuve ningún síntoma, ningún efecto adverso, no me pasó nada. Solo me dolía el brazo por la aplicación misma del pinchazo”, asegura. Ese día consultó a su compañero por mensaje de texto y tampoco sintió nada raro. 

“Tengo buenas expectativas pero hay que seguir cuidándose. Tenemos que esperar un período para que se generen anticuerpos y todo empiece a funcionar bien con esta segunda dosis de refuerzo, que tiene otros componentes”, dice Betina, esperanzada. 

“No nos ha pasado nada”

La enfermera, quien hasta ahora no ha padecido la enfermedad del coronavirus, desestima las versiones que ponen en duda la eficacia de la Sputnik V, porque no cree que haya personas creando vacunas para hacerle daño al mundo. “Pensarlo me parece una tontería”, dice, aunque respeta a quienes prefieren no poner su brazo a la aguja porque “es una decisión personal”.

“Lo que puedo decir es que los que nos hemos vacunado no nos ha pasado nada. Y a los que les ha pasado algo, son síntomas totalmente esperables, que se podrían sentir con cualquier otra vacuna. El cuerpo está reaccionando, y está bueno porque está generando anticuerpos. Y a los que no, bueno, mejor. Pero es completamente segura“, señala. 

El verano, el agotamiento por el encierro y la necesidad de hacer girar la rueda de la economía han impuesto una nueva normalidad en Argentina. La gente circula por las calles, toma buses, pasea, la mayoría con los cuidados necesarios, aunque otros no tanto. El temor al contagio creció porque los números no son solo números. Ayer mismo, el Ministerio de Salud reportó 425 muertes por la enfermedad que está azotando al mundo.   

Con más de 1,8 millones de contagios y habiendo superado los 46.000 fallecidos por la enfermedad, el Gobierno argentino tiene previsto comenzar a vacunar al personal docente en febrero, con la expectativa de poder dar inicio a las clases en todo el país a partir de marzo.

RT

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